lunes, 15 de octubre de 2007

Puerto Cabello no puede morir a pedazos


Por todos es conocido el descontrol que existe en todos los rincones de este municipio, respecto al tránsito de gandolas y camiones por vías urbanas, interurbanas y extraurbanas. Miles han sido los accidentes causados por la inobservancia de las normas para la circulación de vehículos y otros por la indolencia de algunos conductores que se sienten superdotados cuando van al frente de una de esas máquinas.
Además de la necesaria protección de la vida de los porteños que todos los días se sienten agobiados por las altas velocidades que alcanzan las gandolas y camiones a su paso por cualquier calle o avenida de Puerto Cabello, es urgente proteger la infraestructura pública, los bienes del municipio, que hasta ahora han caído en el olvido y descuido de quienes fueron investidos de autoridad para preservarlos.
Como lo he dicho en oportunidades anteriores, todas las calles, avenidas, caminos, veredas o autopistas que existen en este municipio están completamente destrozadas. Para nada han servido los llamados operativos de bacheo o las reconstrucciones de pavimento. Si logran tapar un hueco, los más pequeños normalmente, con el transcurrir de las semanas, o a veces días, éstos vuelven a aparecer ante la mirada insolente e irresponsable de las autoridades.
Reitero, basta con pasearse por las urbanizaciones Rancho Grande, Santa Cruz, San Esteban, Los Lanceros, Segrestaa, La Sorpresa, Libertad o centro de la ciudad, por decir algunos, para se constate el desastre, el caos, vial que vive Puerto Cabello. Huecos por todos lados, vías inservibles, colapsadas, destrozadas, vehículos dañados, y más, sin que hasta ahora salga alguien investido de autoridad a asumir su responsabilidad y decirle al pueblo que han fallado o más bien que han fracasado en su intento por “cuidar” a la ciudad.
Por otro lado, a cada instante se vive en nuestro municipio la indolencia de aquello que se suben a una gandola o un camión y se sienten que están destinados por Dios para atropellar a quien sea. Los ejemplos sobran: en la prolongación de la calle Puerto Cabello, en la zona de la Escuela de Molinería, los gandoleros hacen lo que les da la gana, se atraviesan, dan la vuelta en “U”, se estacionan en cualquier sitio de la vía y nadie les pone orden. Los alrededores de la estación de servicios Miranda los convirtieron en un estacionamiento público de gandolas, al igual que en las adyacencias de residencias Puerto Dorado, solo por citar dos zonas en las que las gandolas tienen luz verde para estacionarse o movilizarse a los antojos de sus conductores sin que haya alguien que los frene.
La Constitución Nacional es muy clara en su artículo 178, en su ordinal 2, cuando establece que es de la competencia del Municipio “la vialidad urbana; circulación y ordenación del tránsito de vehículos y personas en las vías municipales; servicios de transporte público urbano de pasajeros y pasajeras”.
La competencia está claramente establecida y la incompetencia también es evidente. En Puerto Cabello no hay política de mantenimiento y preservación de la vialidad urbana. Mucho menos hay respuestas a los reclamos del pueblo. Por ello, se hace necesario que alguna autoridad asuma la responsabilidad de hacer los correctivos que sean necesarios. Si lo hace el gobernador bienvenido sea. Nadie puede decir ahora que el estado no tiene competencia para emitir un decreto de regulación de paso de gandolas en Puerto Cabello, solamente por preservar un puesto burocrático o por continuar destruyendo a la ciudad. La incapacidad de quienes sí tienen ese deber es manifiesta pero eso no significa que Puerto Cabello tenga que morir a pedazos, como ellos quieren.
La ciudad sigue a la espera del decreto que emitirá el gobernador de Carabobo, Luis Felipe Acosta Carlez, referido al control de la circulación de vehículos pesados por todo el municipio porque se trata del único esfuerzo gubernamental que no solo remediará en parte la zozobra que vive Puerto Cabello con el paso de gandolas, sino que preservará la vida de todos quienes habitamos en esta tierra que se niega a morir.
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