lunes, 30 de abril de 2007

Dos realidades del trabajador

Coincide la publicación de esta columna con la celebración del Día del Trabajador, oportunidad propicia para reflexionar ya no del acostumbrado discurso aquel de la gesta histórica de Chicago, sino de las condiciones económicas, sociales y políticas actuales de la clase obrera, y empleada también, que echa adelante a este país.

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la importancia que tienen los trabajadores a la hora de decidir llevar adelante las tareas que sean necesarias para enrumbar al país por el sendero del progreso y bienestar. Cuando hablamos de “país” nos referimos al todo, incluyendo obviamente al sector privado con sus grandes aportes al progreso nacional.

Sin embargo, debemos repasar las realidades, los momentos difíciles, que pasan los obreros y empleados al momento de ejercer sus funciones que al fin de cuentas son los “errores” que deben ser subsanados para poder celebrar ampliamente ese magnifico día.

Aunque muchos piensen lo contrario, el trabajador venezolano se levanta muy temprano en la mañana para atender las labores diarias de su hogar, procurando dejar todo listo a sus hijos, antes de echarse a andar por las calles. La responsabilidad del criollo es de tal magnitud que muchas veces debe iniciar su jornada diaria antes de las 6 de la mañana para atender las exigencias de su familia, las cuales siempre considera de gran importancia.

Habiendo cumplido con su primera labor, el obrero (a) o empleado (a) venezolano sale a la calle a enfrentar los riesgos que impone la cultura de la violencia que ha ganado espacio en nuestra Venezuela. Tomar un transporte público, un taxi o irse manejando su propio automóvil es ya el mismo peligro porque debe hacer frente al hampa desbordada que a cada hora acaba con la vida de muchos habitantes de esta tierra por el sólo hecho de tener ganas de trabajar.

A diario vemos cómo se llenan las páginas de periódicos, se ocupan largos minutos en radio y televisión presentándonos el saldo del fin de semana, o del día anterior, pareciendo aquello un parte de guerra por la cantidad de personas muertas a manos del hampa. Todo esto ocurre ante la mirada indiferente de algunas autoridades gubernamentales que lejos de alzar la voz como protesta, cuando menos, guardan silencio cómplice ante la arremetida de la delincuencia.

Sólo hace falta que la víctima fatal sea un funcionario público, un empresario, un actor o un familiar de algún empleado público o policial, para que recuerden el deben que tienen de preservar y velar por la calidad de vida de la población y comiencen entonces ha ocupar espacios y centimetraje en los medios de comunicación con su falsa preocupación ante el auge delictivo.

Pero hay otra “hampa” a la cual enfrenta el trabajador, principalmente en algunos espacios públicos a los que no ha llegado, ni remotamente llegará el discurso revolucionario del Presidente. Se trata nada más y nada menos de esa intención mal sana del patrón que buscando su provecho personal, en desmedro del colectivo, se regocija intentando pisotear las labores que realizan sus subalternos.

Así, vemos a diario cómo en esa alocada y enfermiza carrera por pretender ser perfecto el empleador “burócrata” trata con desprecio a sus trabajadores, los insulta, los humilla con persecuciones chismosas, los obliga a trabajar sin pago, a permanecer hasta altas horas de la noche, incluso hasta sin darles ni agua, y cuando les paga se regocija entregándoles el cheque muy avanzada la tarde, casi en la noche, sobretodo del viernes cuando el trabajador tiene pocas posibilidades de hacerlo efectivo queriendo dominar así la vida del subalterno.

Pese a este tétrico ambiente de trabajo y a este malsano comportamiento de esos “rimbombantes y parlanchines” personajes, el trabajador venezolano continua cumpliendo sus labores, con la mirada puesta en su dignidad y la protección de su nombre, con la cara muy en alto, con el orgullo que le deja el cumplimiento del deber sobreponiéndose a las dificultades creadas por el patrono, y venciendo las barreras del cinismo y el chantaje de la falsa promesa de que “mejorará la situación”.

Es esa la realidad que debe desaparecer de una vez por todas del ambiente laboral venezolano, esa que utiliza a los trabajadores para lucrarse, para enriquecerse a costas del pueblo; es ese el cuadro que debemos destruir para que nunca más exista alguien que pisotee los derechos de los trabajadores, de las madres y padres venezolanos que con mucha dedicación y esfuerzo hacen lo que sea para cumplir su labor porque saben que tienen una gran responsabilidad con sus familias y con Venezuela, y porque están conscientes que esas pequeñeces no harán desaparecer su vocación de servicio, porque a fin de cuentas saben que la infelicidad y los fantasmas no dejan dormir a quienes mancillan el sagrado deseo de superación de los trabajadores. Por esto sí hay que brindar, por el ímpetu del trabajador venezolano y la trabajadora venezolana.

lunes, 23 de abril de 2007

Corrupción antirevolución

La corrupción es uno de los males que ha agobiado en los últimos años a muchos países de Latinoamérica. Incontables son los casos que se ha expuesto a la palestra pública en los que se enumeran los hechos y las “vivezas” de algunos funcionarios que burlándose de la confianza que les han entregado los gobernantes llegan a determinados puestos de trabajo con el único interés de engordar sus cuentas bancarias, escudándose en una supuesta preocupación por la situación que atraviesan las comunidades.

Venezuela no ha escapado a ese mal y también son bien largas las listas de casos en lo que han figurado funcionarios gubernamentales implicados en manejos no muy claros de dinero. Cobro de comisiones, tráfico de influencias, desviación y malversación de fondos, subcontrataciones, son algunas de las figuras preferidas por esos funcionarios que tienen como misión, en el paso por el gobierno, lucrarse a costillas del pueblo.

La lucha anticorrupción han sido una de las grandes preocupaciones expuestas por el presidente Hugo Chávez a la hora de evaluar el desempeño de sus funcionarios subalternos. No hay acto público o privado en el que el más alto funcionario público del país insista en que todas las personas investidas de autoridad y de gobierno debe ejecutar políticas claras en el combate contra esa enfermedad.

Sin embargo, el empeño del Presidente se ha quedado pequeño, convirtiéndose en insignificante, ante el avance desmesurado que ha tenido la corrupción. Ya no sólo nos enteramos de funcionarios que cobran comisiones por otorgar un contrato sino que se ha incrementado en miles aquellos quienes buscan de cualquier forma entregar contratos a sus propias empresas, bajo el manto de supuestas constructoras de capital privado; ya no sólo hablamos de subcontrataciones sino que la nueva modalidad es que los trabajadores sean contratados el mismo ente gubernamental pero cuando surge algún reclamo por condiciones de higiene y ambiente en el trabajo, o fallas en el pago de salarios, o reclamaciones de prestaciones sociales por el tiempo que duró la obra, inmediatamente se escudan en contratistas que supuestamente serían las responsables de la relación laboral obrero-patrono; estrategia empleada, según ellos, para que no se descubra rápidamente la inclinación corrupta de sus pensamientos.

Otra modalidad de actuación de esos funcionarios, incuestionablemente calificados como corruptos por el primer mandatario nacional, es la tendencia a adquirir vehículos último modelo, “grandes camionetotas” como dice Chávez, que ha veces las multiplican por cinco o seis para hacer una verdadera flota de automóviles de lujo. Pero es tan vil la traición que hacen, tanto al Presidente como al gobernante que los designó, que no se atreven a circular en esos potentes vehículos de manera permanente sino que los esconden en cierto lugar para utilizarlos algunas veces, pretendiendo con esta burda maniobra tratar de mantener su manto de decencia, manto que de tanta corrupción ya no les tapa nada.

Esos funcionarios son los verdaderos enemigos que debe combatir el presidente Hugo Chávez porque son los que dan al traste con los lineamientos que ha dictado en beneficio del pueblo. Son los mismos que pretenden engañarlo con la excusa de que “se ha desatado una campaña de descrédito contra el proceso” cuando comienzan a verse las costuras de sus vestimentas podridas en la corrupción. Y además por que son los más fieles traidores a la norma constitucional, moral y de decencia de presentar cuentas claras y pública de sus actuaciones al frente de los cargos. Se niegan a explicarle a la colectividad en general la manera y el uso que dieron al dinero que el gobierno le asignó para que sacaran adelante a la zona o región en la que actúan.

Definitivamente al proceso revolucionario chavista le falta echar muchas “raíces y ramas” porque muchos de los que se visten de “rojo rojito” o dicen actuar bajo el designio del Presidente son los promotores de la destrucción del gobierno, los impulsores no del PSUV ni de los cinco motores, sino de las más bajas corruptelas que quieren tapar haciendo uso del manto de Chávez. Aún falta mucho por hacer y el Presidente lo sabe, por ello no se cansa de decir que hay que hacer grandes esfuerzos para corregir las desviaciones del proceso que lidera porque como lo decía el Ché “con corrupción no hay revolución”.

lunes, 16 de abril de 2007

El Burócrata

El deber ser de la administración pública es “actuar con eficiencia y eficacia”, esto lo ha defendido y recordado el presidente Hugo Chávez hasta el cansancio, pero lo que desconoce el primer mandatario nacional es que “aguas abajo” en el proceso revolucionario que lidera hay muchos funcionarios que no sólo son ineficientes e ineficaces, sino que con sus actuaciones echan por tierra sus lineamientos por el sólo afán de enriquecerse a costas del dinero del pueblo.

De acuerdo a su etimología, Burocracia (Buro=oficina / Cracia=Gobierno) no es más que "El gobierno de las normas y procedimientos". Así vemos entonces que la encontramos en todos lados, sin embargo, la desviación del verdadero sentido de su existencia la convierte, según muchos expertos, en burocratismo, lo que más vemos a diario en un sentido coloquial y de uso común, transformada la burocracia en ineficiencia, pereza y desperdicio..

El burócrata no es más que aquel supuestamente decente funcionario que se siente muy por encima de los demás. Es fácil reconocerlo porque en todos lados actúa de la misma manera: hábil para engañar, vive de sus mentiras; cree que sólo él tiene la razón, es experto en todo cuanto pase por delante (un todero no más) pero que cuando se revisan sus planteamientos no son más que vulgares copias de otros.

El burócrata siempre tiene una sonrisa a flor de labios con la que trata de esconder sus malévolas intenciones o su extraordinario afán por entorpecer los trámites. Aunque el presidente Chávez habla del cooperativismo, el burócrata no cree en el trabajo en equipo porque sabe que al expresar sus ideas delante de personas competentes quedará al descubierto como un mentiroso. El burócrata es adulante, todo lo que quiere escuchar su jefe lo dice, lo mima, lo idolatra y aunque no tenga la razón solo dice: como usted diga jefecito.

Pero, llega el momento en que esos personajes no pueden seguir sosteniendo sus mentiras, y es cuando comienza a buscar culpables en quienes se atrevieron, u osaron, a no creerles. El burócrata no acepta sus errores y equivocaciones, no tolera que haya alguien más brillante que la fama de él, simplemente porque no acepta que su desempeño público está regido, y se convierte en el máximo representante del Principio de Petter: “EN UNA JERARQUIA, TODO EMPLEADO TIENDE A ASCENDER HASTA SU NIVEL DE INCOMPETENCIA Y LOS CARGOS SIEMPRE TERMINAN SIENDO OCUPADOS POR IMCOMPETENTES”.

El burócrata es brillante para actividades en las que se necesita pensar una idea, elaborar un proyecto, pero es malo para ejecutarlo; es muy bueno representando a su jefe y abriéndole el camino en esferas superiores, pero es pésimo dirigiendo su propio personal; es excelente conversador (encantador de serpientes, como dirían algunos) pero en su entorno fomenta la cultura del chisme y ese es su lema de trabajo; es un artista pidiendo tiempo para sus proyectos, pero a sus subalternos los sobrecarga de trabajo y les pide todo “para ya”; es deslumbrante a la hora de congraciarse con su jefe en público, pero al trabajo de su equipo lo cataloga como basura.

Mientras el presidente Chávez habla y recalca la necesidad de la participación ciudadana en la toma de decisiones, el burócrata impone su proyecto; mientras Chávez abre las puertas a las cooperativas y los consejos comunales, el falso revolucionario hace triquiñuelas para que las obras las hagan sus empresas; Mientras Chávez se desvive por la decencia, el burócrata no duerme pensando en la corrupción y la manera de desviar recursos económicos; mientras el Presidente habla de trato digno y respeto a los derechos humanos, el burócrata atropella y humilla a sus empleados; mientras el presidente Chávez se la pasa recorriendo el país inspeccionando obras, el burócrata vive encerrado y escondido en una oficina porque no puede dar la cara ante su desastroso desempeño; mientras el Presidente da la cara, asume posiciones, se arriesga, el burócrata no afronta la realidad, actúa con cobardía utilizando a terceros; mientras el Presidente impulsa el Socialismo del Siglo XXI, el burócrata se desvive por el capitalismo.


Pasaríamos mucho tiempo y faltaría mucho espacio para seguir caracterizando a un burócrata, uno de esos que vemos a diario haciendo el papel de víctima cuando le descubren una de sus trampas, pero sí es necesario señalar esos señorones han plagado a la administración pública de sus mentiras; ese tipo de actuaciones debe ser execradas de la administración pública, primero por decencia, por moral, y segundo porque son los más connotados enemigos de quienes día a día luchan por el bienestar del pueblo, en dos platos: son los más acérrimos destructores de la revolución que encarna Hugo Chávez, por eso más temprano que tarde el pueblo no dudará en llevarlos a la silla de acusados delante del mismísimo Presidente para que rindan cuentas de sus ineficiencias y corruptelas.

lunes, 2 de abril de 2007

El municipio que no tiene dolientes

Nuevamente las calles de Puerto Cabello impunemente se tiñen de rojo por el avance desmesurado de la delincuencia que es vista impúdicamente por todas las autoridades gubernamentales a quienes parece no importarles que a diario maten a una persona en este municipio.
Las páginas de sucesos de los periódicos y los noticieros de radio al inicio de la semana aparecen repletas de casos en los que una vida inocente se pierde en manos del hampa que sin ningún miramiento e indiferencia anda haciendo de las suyas por todos los rincones de esta ciudad llamada a destacarse turísticamente.
Uno de los casos más reciente fue el vil asesinato de un taxista cuyo único pecado fue tener ganas de trabajar y de llevar el sustento a su casa. Como por arte de magia le cegaron la vida en uno de las carreras que debió hacer en el cumplimiento de las labores diarias.
Las protestas por el crimen no se hicieron esperar y apenas al amanecer ya se anunciaban posibles acciones de cierre de vías si los organismos de seguridad del Estado no resolvían el caso. El reclamo de los conductores y el emplazamiento hecho surtieron efecto pues a pocas horas de cometido el homicidio, los cuerpos policiales anunciaron que el presunto autor de los hechos cayó abatido. Este hecho nos da una premisa para analizarla en dos vertientes.
Por el lado de los taxistas: ¿Hacía falta que mataran a otro conductor para que reclamaran por su seguridad? No entiendo la posición que han asumido a lo largo de los últimos años. Ya se ha hecho común ver que luego de un asesinato vienen las protestas, las quemas de caucho y las trancas de vías, pero apenas pasan algunas semanas se olvidan de lo sucedido y sólo lo recuerdan, lamentablemente, cuando les asesinan a otro compañero. Mientras tanto se callan como si nada hubiese pasado, incentivando de esa manera el olvido oficial para luchar contra la delincuencia. El reclamo debe ser constante.
Por el lado de las autoridades policiales: ¿Les hacía falta la amenaza de los taxistas para actuar contra el hampa? Cuántos asesinatos han quedado sin resolverse en Puerto Cabello o que andan caminando como en una procesión. Apenas hubo el anuncio de cierre de vías y protestas se incrementaron los patrullajes y las labores de inteligencia para dar con el paradero de los homicidas del taxista.
A ambas partes se les olvida que el crimen no tiene distingos sociales, ni de credo, ni de raza y parecen vivir absortos ante lo que ocurre a diario en las calles y avenidas de urbanizaciones y barrios de Puerto Cabello donde el hampa es la que manda.
Uno de los remedios que pretenden vendernos a los porteños para minimizar el índice delictivo son las cacareadas reuniones de trabajo entre las autoridades policiales y las gubernamentales, de las cuales no se ha sacado ningún provecho.
En esas citas solo van a decirse mentiras, a hablar de supuestos operativos o medidas de control preventivos que nunca se cumplen o que no se ejecutan por falta de interés en resolver el problema y por una razón archiconocida: A nadie le importa que anden matando gente mientras no les llegue cerca.
Quieren hacernos ver que están preocupados por el tema de la seguridad, que no duermen pensando qué hacer o qué recomendar, cuando realmente lo que hacen es escabullir su responsabilidad convocando a esas citas a las que no se llegan a ningún acuerdo y cuando sí llegan a acordar algo no lo ejecutan bajo el falso argumento de que esa no es su competencia.
En reiteradas oportunidades han invitado a las comunidades, no a reunirse sino a plegarse a la lucha contra el crimen aportando información, pero la realidad es que los vemos a diario, dirigentes vecinales, líderes sociales y dirigentes de los Consejos Comunales para arriba y para abajo tratando de buscar solución al problema de la inseguridad en sus barrios pero luchando solos, sin ningún tipo de ayuda y exponiéndose a ser blancos del hampa, arriesgando sus vidas por ayudar a sus vecinos.
La lucha contra la inseguridad no es un problema de competencias sino de moral, solidaridad y responsabilidad para con los habitantes de esta tierra. Quienes se sientan incompetentes para aportar ideas, para pensar en cómo resolver ese flagelo debe decirlo con mucha sinceridad y pedir ayuda al Gobierno nacional para que intervenga o haga intervenir a los entes militares, al menos en las labores de patrullaje mixto y de inteligencia que desde hace mucho tiempo han sido minimizadas solo por el hecho se ser sustituidas por los rimbombantes operativos. El problema entonces no es si es mi competencia o no, sino si tengo moral para verle la cara a quienes a diario, a cada instante reclaman y exigen seguridad para sus vidas, ellos no conocen de distribución de competencias, pero sí conocen el desasosiego que les invade y les carcome el ser producto de la impunidad y de los paseíllos triunfales de los delincuentes que andan a sus anchas en un municipio que parece no tener dolientes.
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